Era el año 1993 cuando pocos meses antes de que naciera Solvej, hija de Jenny y Thomas, sus padres se instalaron en el pueblo natal de Jenny, en el centro de la isla norte de Nueva Zelanda, una de esas zonas rurales donde a menudo uno tiene que crear su propio trabajo. Como ebanista y profesor de artesanía, Thomas tuvo el sueño de crear su propio taller.

Cuando descubrieron que a los 5 meses de edad a Solvej le encantaba columpiarse y no fueron capaces de encontrar un columpio en el mercado que les gustara (la mayoría de plástico) le diseñaron uno ellos mismos. Thomas se inspiró en una silla de madera que había visto en una casa de ceramistas en Tailandia, una vieja mecedora reclinable sueca y una tumbona india y combinó sus diseños.

Ante el éxito de la creación, tanto para Solvej como para muchos padres de sus amigos, decidieron empezar a fabricarlo.

Nacieron en ese momento los columpios Solvej, de la mano de una filosofía de negocio cuyos valores se han mantenido hasta el día de hoy: alta calidad, precio justo, respeto al medioambiente y contribución a la sociedad.

A todos los niños del mundo les encanta columpiarse. Columpiarse les aporta beneficios físicos, sensoriales y sociales entre muchos otros.